¿Sólo yo existo? El solipsismo

¿Y si todo a tu alrededor fuera una simulación o una alucinación? ¿Se puede probar que no estás soñando en este momento?

Sabemos que nuestros sentidos nos pueden engañar. Las ilusiones ópticas nos pueden mostrar las cosas de manera diferente. E incluso existen alucinaciones que nos hacen ver, oler o hasta tocar cosas que no existen. Y... ¿si toda la realidad, incluyendo cosas, seres vivos y personas fuera únicamente una alucinación, o un sueño? Entonces...

¿Sólo yo existo? El solipsismo

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

En este fragmento de la obra La vida es Sueño, del siglo Diecisiete, Calderón de la Barca a través de su personaje Segismundo, se pregunta qué tan real es lo que ve y lo que vive. Y es que, si cuando estás soñando crees que lo que ocurre es real, ¿cómo probar que lo que ocurre cuando estás despierto no es también un sueño?

Ya los sofistas griegos, como Gorgias, decían:

Nada existe. Incluso si algo existe, no puede conocerse. Y si acaso puede conocerse, es imposible comunicar ese conocimiento.

A este punto de vista se le llamó “solipsismo”, que viene de las palabras solus ipse, que significan “solo yo existo”. 

Muchos años después, René Descartes, aplicando el método de dudar de todo, dijo algo así:

Imagina que un genio malvado me quiere engañar: el cielo, los colores y las formas, son todas ilusiones creadas por él. Incluso mi carne y mis ojos son sólo embustes. ¿Qué es lo único real que queda? ¡Aquel que es engañado, el que piensa: yo!

Así llegó a la conclusión de que lo único que se podía demostrar es la propia existencia: el famoso “Pienso, por lo tanto existo”. Y alrededor de esa certeza construyó todo un sistema filosófico que se convirtió en la base del racionalismo occidental. 

En su juventud, el obispo George Berkeley, argumentaba a favor del idealismo: 

No puede saberse si un objeto es, sólo podemos conocer cómo es percibido por la mente.  Por lo tanto, sólo podemos estar seguros de que las ideas son reales y no necesariamente las cosas.

Lo interesante de estos planteamientos, que bien podrían descartarse como meras curiosidades, es que, aunque no pueden demostrarse como ciertos, también es imposible demostrar que son falsos. Hagamos el siguiente experimento mental, llamado “el cerebro en la cubeta”:

Un científico extrae el cerebro de una persona y lo mantiene vivo en una cubeta con algún líquido nutritivo. Como sabe que las percepciones son señales eléctricas que llegan a las neuronas, conecta cables a las neuronas adecuadas y, usando una computadora, le envía señales que le hacen percibir imágenes, sonidos, y sabores ordenados de tal manera que le hacen creer que está viviendo una experiencia. Hasta podría programar la computadora para que responda a las reacciones del cerebro y lo haga vivir en una realidad interactiva virtual. ¡El cerebro no tendría manera de comprobar si lo que percibe es real o inventado!

Aunque estas conjeturas podrían considerarse reflexiones ociosas, pueden tener serias consecuencias en la vida real… Por ejemplo: incluso si se cree que el mundo exterior existe, persiste el llamado “problema de las otras mentes”: si sólo puedo observar la apariencia de los demás ¿cómo puedo estar seguro de que tienen una mente? De ahí parte el llamado “solipsismo ético”: Alguien que piensa que el resto de las personas podrían ser como autómatas sin conciencia real, no tendrá reparos en causarles daños. Se podría decir que un narcisista es una persona que experimenta cierta forma de solipsismo: si bien no cree que sea la única mente que existe, sí cree que es la única mente que importa. No le molesta provocar sufrimiento. Además la manera en cómo lo ven los otros no tiene ningún efecto en cómo se ve a sí mismo. Así, un solipsista ético con poder es capaz de causar mucho mal.

Pero el filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte le da la vuelta al problema: para él no es que tengamos obligaciones morales con los demás porque estemos seguros de que tienen una conciencia como la nuestra y por lo tanto sean personas, más bien les otorgamos la categoría de personas a partir de la obligación moral que sentimos hacia ellas. Fichte no argumenta contra el solipsismo: dice que, aunque fuera cierto, el sentido de ética persiste ¿Qué tal eso? 

Y hay un aspecto del solipsismo que vale la pena rescatar. Imagina que tuvieras la oportunidad de hacer algo que sabes que es malo y que causará dolor (por ejemplo, robarle algo a alguien que aprecias), pero tienes garantizado que nadie se va a enterar. ¿Lo harías? Sea cual sea tu decisión, sabes que el acto sí será atestiguado por una mente: la mente que más importa, o quizá la única que existe: la tuya.

Algunas filosofías orientales van más allá: dicen que, si bien el mundo de los fenómenos es ilusorio, quien alcance la iluminación se dará cuenta de que lo falso es la separación entre el “yo” y el resto de las mentes... y del universo: que todos somos uno.

¡CuriosaMente!


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