¿Por qué jugamos?
¿Por qué jugamos? ¿Sirve de algo jugar? ¿Qué es la "actitud lusoria"? ¿Lo lúdico aporta algo a nuestras vidas?
¿Jugar es una forma de perder el tiempo? Piénsalo: jugar significa dedicarle atención y esfuerzo a una tarea ¡que no tiene beneficio evidente! Si juegas al balero o “capirucho”, nada trascendente va a ocurrir si logras insertarlo con una sola mano dándole dos vueltas en el aire… ¿O sí?
Definición
A pesar de que hay muchos tipos de juegos, el filósofo Bernard Suits dice que todos tienen en común el hecho de que son intentos voluntarios de superar obstáculos innecesarios. Si el objetivo es meter una pelota a una canasta ¿qué sentido tiene complicarse poniéndola tan alta y además invitar a alguien más para que intente impedírtelo? Suits dice que para jugar es necesario tener una “actitud lusoria”: aceptar la intrascendencia del juego y sus reglas arbitrarias ¡y jugarlo como si importara! Esto del juego parece una locura inventada por humanos sin qué hacer, ¿verdad? Pues no.
Animales que juegan
Muchos animales juegan, especialmente los mamíferos. Los perros, por ejemplo, tienen señales corporales que indican que no van en serio, que están jugando. Pero también juegan las cabras, los delfines, los ratones y los chimpancés, entre muchos otros.
Juegos más antiguos y su evolución
Los humanos también juegan desde tiempos inmemoriales. ¿Sabes cuál es el juego más antiguo del mundo? ¡las luchitas! Seguro lo has jugado con tus hermanos y tus padres te lo han prohibido por miedo a que te lastimes: diles que estás practicando un juego milenario. En este mural egipcio de hace más de 4 mil años puedes ver algunas llaves de lucha libre. ¡Pero cuidado con romperte un hueso!
El juego de pelota o tlachtli, data del año 1400 antes de nuestra era, y sobrevive en el deporte ahora llamado ulama. Otro deporte antiguo son las carreras: se tiene registro de esta competencia en las primeras olimpiadas del año 776 antes de Cristo.
Pero nos sólo los juegos de habilidad física son antiguos. Entre los juegos de mesa está el Juego Real de Ur, que ya se jugaba en Mesopotamia en el año 2600 antes de nuestra era. Las damas, aunque con un tablero diferente, vienen de un juego egipcio llamado alquerque, del año 1400 AC, y este a su vez de un juego sumerio 1600 años más antiguo. Pero el juego de mesa más antiguo probablemente sea el senet: se ha encontrado en tumbas del año 3500 AC.
Seguramente hasta los niños más primitivos jugaron con palos y piedras, pero los juguetes más antiguos son las canicas: las de piedra y barro se encontraron en la tumba de un niño enterrado en el año 4000 antes de nuestra era. Las niñas y niños egipcios y griegos ya jugaban con muñecas ¡y yoyos! en el año 300 AC. El Ostomaquion era un juego griego: un cuadrado partido en 14 piezas con las que se podían hacer figuras y sirvió para ejercitar y desarrollar habilidades memorísticas en los jóvenes: lo difícil era volver a acomodarlo dentro de la caja tal y como estaba al principio. Los juguetes han existido durante toda la historia, pero el gran “boom” ocurrió al final del Siglo Diecinueve y principios del Veinte: con la producción en masa cada vez más niños podían acceder a los juguetes. También fue en esa época en la que se empezó a considerar que el juego era importante para el desarrollo feliz y saludable de los niños.
Por ejemplo, fue en 1897 cuando se inventó la plastilina o plasticina. Y también se hicieron populares los juegos de construcción que permitían ejercitar la creatividad. Se popularizó el Tangram, originario de China y emparentado con el ostomaquión. Se produjeron en masa los carritos de juguete, y a mediados del siglo veinte se inventó la “boligoma”, el “slinky” y los bloques de construcción. Y en los años 70 el cubo rubik.
Y tanto jugar y jugar ¿sirve para algo?
El zoólogo John A. Byers notó que los mamíferos tienden a jugar durante las etapas tempranas de su vida. Al ver la curva de frecuencia de juego notó que ¡era prácticamente igual que la del ritmo de desarrollo del cerebelo, el centro de control del aparato locomotor. El juego físico parece estar estrechamente relacionado con el desarrollo de habilidades psicomotrices.
El neurocientífico Sergio Pellis hizo un experimento: a unas ratas infantiles no las dejó “salir a jugar” con otras de su edad. Al llegar a la pubertad analizó sus cerebros y encontró que las conexiones neuronales de la corteza prefrontal de su cerebro ¡no habían madurado igual que las de las ratas que sí habían jugado!
Aunque el juego es importante, los animales se pueden privar de él en situaciones de extremo estrés, dándole prioridad a actividades de supervivencia más básicas. En cambio los humanos, especialmente los niños, ansían jugar incluso en situaciones como la guerra.
Según los pedagogos, gracias al juego desarrollamos habilidades psicomotoras gruesas y finas, como correr o la coordinación ojo mano. El juego promueve el desarrollo cognitivo: por ejemplo diferenciar formas y colores, contar, clasificar. También ayuda el desarrollo emocional reforzando actitudes como la paciencia, y promueve la inteligencia social: nos enseña a tomar turnos, compartir, seguir reglas, negociar y trabajar en equipo.
El juego nos ayuda a prepararnos para la vida, pero no es un simple entrenamiento de habilidades previsibles. Marc Bekoff, biólogo evolutivo, dice: “El juego es un caleidoscopio conductual: nos hace tener cerebros más flexibles. Nos entrena para lo inesperado.”
Pero no todos los juegos son iguales. Un videojuego, por ejemplo, aunque pide que actuemos, requiere de nuestra atención pasiva: nos envía estímulos a los que tenemos que reaccionar. En cambio los juegos de construcción, por ejemplo, ejercitan nuestra atención activa preparándonos para realizar tareas más largas. Además desarrollan la capacidad creativa de las personas, para buscar la solución a problemas desde distintas perspectivas.
Para Stuart Brown, entre las cosas que desarrollan la memoria, el aprendizaje y el bienestar, el juego es tan fundamental como dormir y los sueños.
Y, ultimadamente, más allá de su utilidad, ¿qué sería de la vida sin jugar? El juego tiene una importancia existencial: la actitud lusoria es necesaria para vivir la vida: entregarse a ella con convicción, con creatividad y, sobre todo, con gozo.
¡CuriosaMente!